Otro recurso común es el recomponer el paisaje político inventando una pretendida radicalidad ecologista -que en España, simplemente, no existe- para, a continuación, decir con voz magnánima: “yo también soy ecologista, pero dentro de un orden”.

Algún destructor ambiental de primera magnitud anda por ahí pavoneándose de que él es “el primer ecologista”. También los cazadores nos enternecen informándonos de que es por amor a los animales por lo que los matan, asemejándose en esto al marido maltratador que da palizas a su esposa para demostrarle cariño. Así pues, el eco-contrario suele asegurar que él está en el punto medio.

Para dar consistencia a esta declaración de equidistancia, hace falta inventarse un espantajo: y se acuñan prototipos de circulación mundial: el eco-radical, un a modo de Tolstoi de luengas barbas, sandaliotas, piojos e inefables arrobos místicos; o, aún peor, el eco-terrorista. No hace mucho que alguien llamaba así -¿o llegó a usar el término “ecoetarra”? - a los responsables de plantar encinas en la plaza de Cuba de Sevilla.

This entry was posted on 18:10 and is filed under . You can follow any responses to this entry through the RSS 2.0 feed. You can leave a response, or trackback from your own site.