Siendo el consumo un conducto principal de interacción social, y la imagen su lubricante, no extraña que la crítica ecologista sea percibida como disonancia y deslealtad.

El etiquetado territorial, que todo lo convierte en denominaciones de origen, digiere mal cualquier exposición realista sobre los procesos de deterioro del medio y sus productos. Así, quien divulga la contaminación en un paraje declarado oficialmente idílico está siendo desleal contra el pacto tácito destinado a blindar las imágenes impolutas que nutren el turismo y el consumo.

Denunciar trastornos ambientales equivale pues a emitir contra-publicidad: y fruncirán el ceño los beneficiarios, reales o presuntos, del comercio.

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