Capítulo I: Ruralismo y ambientalismo
10:38 | Author: GoNZaLVo
Hasta hace poco, España ha sido un país eminentemente rural; para muchos, ruralidad trae connotación de pobreza y atraso. Progresar, en el imaginario colectivo, es concepto monovalente, equivalente a dejar atrás un pasado estrecho. El ayer campesino es cada día más remoto, pero ello no evita que los colores dominantes en nuestra concepción de lo rural sigan siendo amenazantes o deprimentes. Políticos y creadores de opinión tienden a alabar ciegamente el progreso, entendido como marcha triunfal hacia el futuro. En aras al progreso, moldeado por consignas y propagandas, se da por bueno el sacrificio de las raíces, que para muchos son sólo tercermundismo: una esencia objeto de expurgo, con cuya extirpación se borra en parte la identidad del territorio y las claves de nuestra convivencia.

Paralelamente, sectores que mantienen conexión con el campo se suman a la hostilidad eco-contraria. Son frecuentes las declaraciones de cazadores y de agricultores, gremios a menudo totalmente urbanizados, descalificando lo que en su opinión es un insuficiente conocimiento del medio por parte de los ecologistas. Desde el cazador que dice “yo sí que sé andar por el campo” hasta el agricultor que recomienda a los ecologistas “que vayan a coger patatas y se enteren de lo que es eso”, se expresa una visión patrimonial de lo rural o de lo natural. En ambos casos, se está reclamando la dominancia de sendas funciones utilitarias: la caza, la agricultura; el campo sería, pues, para la escopeta o para el arado. Con ello se desdeña la aportación crítica de los que, al margen de cualquier disposición extractiva, salen a su entorno a respirar, contemplar y vigilar los procesos de transformación.

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