A esto se añade el efecto desmovilizador de los alarmismos excesivos. En un esfuerzo titánico para hacerse escuchar por un público abúlico, los ecologistas se han convertido a veces en pregoneros del apocalipsis, cargando sobre sus hombros predicciones negras que el tiempo ha desmentido: así ocurrió con los avisos de inminente agotamiento de las reservas mundiales de petróleo, o con algunas estimaciones desmedidas sobre el avance de la desertificación en el sur de España.

Es particularmente difícil para el ecologismo encontrar un camino justo entre estos dos escollos: ¿cómo conseguir atención sin exagerar?; ¿cómo evitar la deslegitimación del falso profeta? Es verdad que no es tan fiero el león (de la debacle ambiental) como lo pintan: pero es león.

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