Una variante del argumento es la defensa, enternecedora ciertamente, de los intereses de unos supuestos afectados que, sin falta, salen a la luz cada vez que se intenta aprobar alguna iniciativa ambiental. A menos que se legisle sobre los nimbos hiperbóreos, siempre habrá algún afectado: y si no lo hay, ya vendrá alguno a poner la mano. Por remoto que sea el lugar, montaña, playa, caverna o acantilado donde se pretende hacer algo de política de medio ambiente, será inevitable que aparezcan, airados y moralizantes, unos padres de la patria o empresarios u honrados labradores o pescadores que, curiosamente, estaban a punto de crear muchos puestos de trabajo.
En los debates sobre medio ambiente se oyen a menudo frases de este tipo: a ver si van a ser más importantes cuatro bichos que las personas. El eco-contrario adopta aquí un recurso que desvela su deuda hacia la cultura de los machitos. Es sabido que el chulo es un perpetuo fabricante de conflictos y dicotomías excluyentes. En este caso, la estratagema consiste en enfrentar dos términos -fauna y sociedad, por ejemplo-, que no tienen, bajo ninguna lógica, por qué oponerse. Es escasamente racional obedecer a alternativas traídas por los pelos: “¿qué preferimos: cuadritos en el museo del Prado o puestos de trabajo para la gente?”, o “elige: o sales conmigo o te quedas en casa”. El creador de dilemas forzados pone los términos del duelo y espera que se enzarcen en pública palestra naturaleza contra humanidad. Pues no. Ni patitos ni personas: las dos cosas juntas.
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