Formulación corriente en la discusiones sobre el entorno es ésta: gastar dinero en cosas ambientales estará bien, pero es cosa que compete a otras sociedades, las opulentas, como Alemania o EE UU, que, por cierto, ya han destrozado en el pasado su medio y por eso ahora, una vez enriquecidas, pueden permitirse caprichos como el restaurarlo. Según los postulados implícitos de este esquema, el orden histórico es:
1) explotar sin dar cuartel el medio natural;
2) como consecuencia de ello, hacernos ricos;
3) una vez instalados en el lujo, arreglar por vía cosmética los platos rotos de la naturaleza.
Olvidan estos teóricos de la historia datos esenciales: ¿no es posible aprender de los errores cometidos por otros?; ¿es acaso comparable la potencia tecnológica (y por lo tanto, la capacidad destructora) del s. XIX y la de ahora?; ¿el bienestar ambiental no beneficia sobre todo a los más pobres?
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