Cada vez es más frecuente el manejo político de la naturaleza como un aplique de quita y pon. Las fronteras de los espacios naturales se van corriendo según convenga; las denominaciones de origen sustituyen a los orígenes; y, como decía el difunto Reagan, un árbol vale lo que otro árbol, así que, si hay que talar un bosque maduro -por ejemplo, el Amazonas-, se plantan los mismos pies en cualquier lado y ya está.
Con este frívolo simulacro, los gobernantes transmiten un mensaje falso: la naturaleza es un mueble, más o menos lujoso pero prescindible, que se instala o se desmonta sobre la marcha.
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