La sola vista de sus ciudades, apena la vista del piel roja, escribió Noah Sealth.
("He visto a miles de búfalos pudriéndose en las praderas, muertos a tiros por el hombre blanco desde un tren en marcha. Soy un salvaje y no comprendo cómo una máquina humeante puede importar más que el búfalo al que nosotros matamos solo para sobrevivir. ¿Qué sería del hombre sin los animales? Si todos fueran exterminados, el hombre también moriría de una gran soledad espiritual. Porque lo que le sucede a los animales, también le sucederá al hombre".)
En 1854, un año antes de que Walt Whitman diera a conocer su trascendental Canto a mí mismo, el indio Noah Sealth pronunciaba su encendida proclama en defensa del Planeta, una pieza oratoria pletórica de humanismo y poesía, que algunos historiadores han recogido como "Carta al presidente norteamericano Franklin Pierce", porque lo dicho por el gran jefe ante miles de personas, y de Isaac Stevens —enviado del mandatario— tenía como fin que este lo trasladara a las cúpulas de Washington.
("Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestro modo de vida. Él no sabe distinguir entre un pedazo de tierra y otro, ya que es un extraño que llega de noche y toma de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermana, sino su enemiga y una vez conquistada sigue su camino, dejando atrás la tumba de sus padres sin importarle. Le secuestra la tierra de sus hijos. Tampoco le importa. Tanto la tumba de sus padres, como el patrimonio de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, la Tierra, y a su hermano, el firmamento, como objetos que se compran, se explotan y se venden como ovejas o cuentas de colores. Su apetito devorará la tierra dejando atrás solo un desierto. No sé, pero nuestro modo de vida es diferente al de ustedes. La sola vista de sus ciudades, apena la vista del piel roja. Pero quizá sea porque el piel roja es un salvaje y no comprende nada".)
Tras masacrar a decenas de miles de indios y encerrarlos entre Misuri y Texas, en lo que se conoció como "La ruta de las lágrimas", el gobierno norteamericano centró su atención en los territorios del actual Estado de Washington. Fue allí que se levantó la voz del respetado jefe Noah Sealth, famoso por sus combates contra otras tribus agresoras, su monumentalidad física, su lenguaje poético y una potencia de voz que, según testigos, se hacía escuchar a más de 800 metros.
("Pero si les vendemos nuestras tierras deben recordar que el aire no es inestimable, que el aire comparte su espíritu con la vida que sostiene. El viento que dio a nuestros abuelos el primer soplo de vida, también recibe sus últimos suspiros¼ Por ello consideraremos su oferta de comprar nuestras tierras. Si decidimos aceptarla, yo pondré una condición: El hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos".)
El jefe Sealth sabía de la masacre de sus hermanos del oeste y que "si no negociamos, ellos vendrán con sus cañones". De ahí que en sus palabras se observe, junto al llamado de alerta, una inevitable resignación. Moriría en 1866, a los 80 años de edad. Entregó 10 000 kilómetros cuadrados a cambio de 30 kms y una suma de dinero que nunca llegó a concretarse ni a pagarse:
("La tierra no pertenece al hombre; el hombre pertenece a la tierra. Esto sabemos. Todo va enlazado, como la sangre que une a una familia. Todo va enlazado. Todo lo que le ocurra a la tierra, le ocurrirá a los hijos de la tierra. El hombre no tejió la trama de la vida; él es solo un hilo. Lo que hace con la trama se lo hace a sí mismo. Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios pasea y habla con él de amigo a amigo, queda exento del destino común¼ no comprendemos lo que será cuando los búfalos hayan sido exterminados, cuando los caballos salvajes hayan sido domados, cuando los recónditos rincones de los bosques exhalen el olor a muchos hombres y cuando la vista hacia las verdes colinas esté cerrada por un enjambre de alambres parlantes. ¿Dónde está el espeso bosque? Desapareció. ¿Dónde está el águila? Desapareció. Entonces terminará la vida y comenzará la supervivencia....)
No se sabe si el enviado del presidente Pierce fue capaz de transmitir este verdadero poema en su total grandeza. Treinta años después, el alegato sería reconstruido y publicado.
Hoy muchos lo conocen íntegramente y lo agitan como una bandera. Otros, como indica "el estado de las cosas", no han tenido tiempo de pasarle la vista. O quizá lo leyeron y siguen sin comprender.
Fuente: Cubaweb
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