El aparato en cuestión, que dispone de una cámara de televisión, promete poner fin a la mortandad de los parques eólicos de todo el mundo, lo que en ciertos casos se ha revelado como el impacto más negativo de los aerogeneradores, productores incansables de energía renovable.
El investigador del CSIC, Miguel Ferrer, explicó a elmundo.es que en las primeras pruebas de laboratorio realizadas con el aparato, éste ha sido capaz de detectar a las aves a unos 750 metros del molino. «Esto daría un margen de 67 segundos en el caso de un buitre para frenar las palas desde 14 revoluciones por minuto a una velocidad sin riesgo de tres revoluciones», señaló el biólogo de la Estación Biológica de Doñana.
Los buitres, pertenecientes al grupo de las aves veleras, son la especie que sufre en mayor medida el impacto de las alas de los aerogeneradores en nuestro país. Los expertos españoles han ido elaborando los últimos años censos sobre estas mortandades en distintos parques eólicos.
En todos los estudios existe una mortalidad de 0,5 aves por año en cada molino. Sin embargo, la cifra sube hasta las casi seis aves muertas que se han detectado en el parque vasco de Elgea, según un estudio de Onrubia.
Es precisamente esta mortalidad la que ha llevado a las autoridades ambientales de Andalucía a ralentizar la producción de electricidad de 38 máquinas en La Janda, Cádiz. Desde hace unos días y hasta finales de diciembre los aerogeneradores no girarán en las horas diurnas, para evitar la muerte de los buitres.
Mientras el prototipo del grupo investigador continúa la fase de ensayos en el campo para pasar a la fase posterior de producción dentro de unos meses, el equipo que lleva a cabo el proyecto ha publicado una investigación en la que se demuestra que no existe relación entre los estudios previos de peligrosidad y la mortalidad real de aves en los parques eólicos.
De esta manera, parques eólicos cuya peligrosidad estimada era muy baja producen una elevada cantidad de víctimas entre la avifauna. Los estudios previos de avifauna son exigidos en la mayoría de los países y en España como información clave para la concesión o no de autorización ambiental para instalar un parque eólico. En Andalucía, esta herramienta se adoptó como consecuencia de un estudio pionero de la Sociedad Española de Ornitología (SEO/BirdLife). En él se recomendaba el seguimiento de un año completo de la avifauna en la zona del emplazamiento del parque eólico y la evolución del numero de aves que atravesaban la zona a una altura considerada de riesgo. Recomendaciones similares se hicieron por Birdlife International.
Sin embargo, hasta ahora no se había comprobado nunca qué relación real existe entre la peligrosidad estimada a priori y la mortalidad registrada a posteriori con las máquinas ya en funcionamiento.
Con la obtención de los registros de mortalidad de aves en más de 20 emplazamientos que llevan varios años en funcionamiento, los investigadores han comprobado que la mortalidad encontrada no se corresponde con la previsión de peligrosidad de los estudios previos.
La hipótesis de partida en los estudios previos de peligrosidad para las aves supone una relación directa y lineal entre el número de aves detectadas y la mortalidad posterior. Por lo tanto, a mayor número de aves cruzando, mayor mortalidad esperada. Pero la relación no es tan sencilla.
La mortalidad en los parques eólicos varía sustancialmente según las características de la especie y de acuerdo al emplazamiento, tanto del parque como de cada aerogenerador en concreto. En un estudio de los mismos autores publicado en 'Journal of Applied Ecology 2008' se demostraba que la posición relativa del aerogenerador en relación a la topografía era un factor fundamental para explicar las muertes.
Actualmente, España ocupa el segundo puesto mundial, sólo por detrás de Alemania, en potencia eólica instalada, con 11.615,07 MW producidos por 538 parques eólicos en funcionamiento repartidos por toda su geografía. «Es evidente que se debe mejorar la capacidad de predicción de riesgos; si no, aumentarán las críticas contra algunos parques eólicos. El desarrollo de sistemas automatizados de detección de trayectorias de colisión y paradas selectivas es un buen camino», concluye Miguel Ferrer.
Fuente: El Mundo
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